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Los cómics nunca han sido solo para niños. El suizo Rodolphe Töpffer, considerado el padre de este arte, alumbró una serie de caricaturas a comienzos del siglo XIX que poco tenían que ver con la imagen de los tebeos infantiles que tenemos hoy en día. Le seguirían otras manifestaciones más cercanas al público juvenil, como The Yellow Kid, protagonista de viñetas en dos periódicos estadounidenses a finales de ese mismo siglo. Pero no nos engañemos, muchas obras, incluso las que consideramos orientadas a los niños, como Mortadelo y Filemón o Tintín, tienen en el fondo un doble mensaje. Por eso pueden ser disfrutadas por jóvenes y adultos. Cada uno, de una forma.

Aunque no siempre lo han tenido tan fácil. A mediados de la década de 1950 el cómic sufrió un ataque en EEUU que movilizó sus cimientos y lo reorientó hacia el público infantil. A raíz de la portada del cómic 'Crime Suspenstories' #22 en la que se veía a un hombre con un hacha junto a la cabeza cortada de una mujer, el psiquiatra Fredric Wertham criticó que era un medio consumido por niños y que por ello no se podían permitir ciertos contenidos. Se inició así una nueva caza de brujas, hasta el punto de obligar a instaurar un sistema de censura que llevaba por nombre Comics Code Authority. Cómic que no tuviera este sello, cómic que las tiendas se negaban a vender para evitar problemas.

Así, las historias fueron abandonando su carácter adulto y fueron prevaleciendo las que pasaban la estricta censura, y por ende, eran destinadas a un público más joven. Los superhéroes ya no realizaban acciones de dudosa moral y el contenido de las historietas se veía reducido a relatos mucho más blancos. El periodo duró un par de décadas, fomentando la imagen de que el cómic era solo para niños. Pero en 1978 el estadounidense Will Eisner, una de las principales figuras del cómic, decidió terminar con esta asociación y añadió a la portada de su cómic 'Contrato con Dios' el término “Novela gráfica”. En España ya habían sido pioneros en su uso, dentro del semanario ilustrado 'Monos' de principios del siglo XX, pero no con el sentido que Eisner le quería dar. El autor buscaba diferenciarse del resto y acercarse más al término novela, producto que consumía el público adulto.

La 'novela gráfica' empezaba a sonar entre los lectores, pero mientras tanto el cómic también vivía una revolución interna. Marvel y DC empezaban a plasmar en sus viñetas los problemas que se estaban dando en EEUU: el rechazo a las minorías, el racismo e incluso el consumo de drogas. 'Green Lantern' #85 mostraba en su portada a Speedy, el joven ayudante del héroe que daba nombre a la serie, con un grave problema de adicción. Marvel por su parte hacía lo propio en el 'Amazing Spider-Man' #96 con el amigo del trepamuros, Harry Osborn. Las dos editoriales declaraban la guerra a las drogas y buscaban trasmitir un mensaje a los jóvenes, no a los niños.

Los héroes se volvían cada vez más oscuros y el sello de censura, el CCA, dejaba incluso de aparecer en algunas de las portadas sin temor ya a que no se vendieran. Este nuevo rumbo en las historietas fue propiciado también por la llegada en la década de 1980 de varios autores que habían crecido leyendo cómics y que ahora querían contar historias más adultas. Alan Moore y Frank Miller fueron dos de estos pilares. Ambos trabajaron para las grandes editoriales americanas e idearon relatos que se encuentran entre los mejores cómics publicados hasta la fecha. 'Watchmen', 'Batman: Año Uno' o 'From Hell' son solo algunos ejemplos.

El tiempo fue pasando y los niños que leían cómics se habían convertido en adultos que demandaban historias propias para su edad. Algunos optaron por el cómic underground, pero otros querían ver a sus héroes crecer. Surgieron editoriales nuevas, mientras que las ya existentes sacaban nuevas líneas orientadas a este público, como Vertigo en DC Comics. La novela gráfica se estaba asentando y era cada vez más demandada. En países europeos esto llevaba ya un tiempo, pero en España tardó en llegar.

Pero la historia ha dado un giro de 180 grados. En la actualidad, la mayoría de cómics están orientados a un público adolescente o adulto, ya no solo por ese doble mensaje que nunca se ha perdido, sino también por su contenido. Cualquier lector podrá concluir que los superhéroes son más agresivos que antes y que las superheroínas están más sexualizadas. Los cómics, que otrora fueron considerados para niños, copan ahora las estanterías de numerosas librerías, compitiendo con las principales novelas.

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