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Jiro Taniguchi, uno de los maestros del cómic japonés, cronista de la vida contemporánea de su país, murió el sábado en Tokio a los 69 años, anunció Casterman, su editor en Francia. Galardonado en numerosas ocasiones en su país y en Europa, incluidos premios en España, Taniguchi causó sensación a finales de los años 80 con 'La época de Botchan'. Falleció por complicaciones de una grave enfermedad contra la que luchó intensamente en las últimas semanas, explicaron fuentes cercanas.

Sus historias sencillas y humanas reflejaban con precisión la intimidad de los barrios japoneses, y trascendieron ampliamente el horizonte del manga para ser traducidas y publicadas en numerosas lenguas. En la década de los 1990 volvió a deslumbrar al mundo de la historieta con 'Chichi no koyomi' (El almanaque de mi padre) o 'Kodoku no gurume' (El gourmet solitario). No se limitó a un campo y cultivó desde las historias detectivescas hasta las de fantasía, aunque destacó en su nexo con la naturaleza, un rasgo que le emparenta con la tradición sintoísta de Japón.

En 2003 recibió el Alph'Art al mejor guión en el Festival Internacional de Cómics de Angulema, (Francia) por 'Harukana machi-e' (Barrio lejano). Esa misma obra fue premiada en el Salón del Cómic de Barcelona al año siguiente. También recibió premios en años posteriores en el Salón del Cómic del Principado de Asturias. El XXIII Salón del Manga de Barcelona, que se celebrará del 2 al 5 de noviembre de este año, ha anunciado que rendirá un homenaje al autor.

Tanichugi nació en agosto de 1947 en Tottori, en el seno de una familia muy modesta. Empezó en el cómic en 1970 con 'Un verano seco'. Reconocía la influencia de dibujantes europeos como el francés Jean Giraud (Moebius), con quien publicó 'Ícaro'. Su gusto por el detalle y el hiperrrealismo se emparentó más con el tebeo de Francia y Béglica que con el habitual en el manga de su país, aunque el espíritu contemplativo y su faceta naturalista unieron ambos mundos.

El tsunami y el posterior desastre nuclear de Fukushima, en 2011, estuvieron a punto de hacerle abandonar, confesó en una entrevista con la AFP en su pequeño taller atestado de libros. Solamente el aliento de los lectores le llevó a superar ese momento de pesimismo. El que fuera bautizado como 'el potea del manga' recibió en 2011 en Francia la insignia de Caballero de la Orden de Artes y Letras.

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