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Apoyas las dos manos sobre el papel. Las yemas de los dedos palpan una superficie en relieve. Tocan líneas rectas y otras curvas y se siente algo que parecen dibujos abstractos difíciles de identificar. En la parte superior de cada página, hay un pequeño comentario escrito en braille: Un viaje en barca, dice. El resto es ilustración, una sola viñeta que guarda figuras que buscar contar una historia, pero que no son del todo inteligibles al mirar. Solo con el tacto. El lector está sintiendo el primer cómic narrativo para personas invidentes o con baja visión, un experimento primigenio que hace el arte en viñetas a la accesible.

"En el proceso tuve que descartar uno a uno recursos propios del cómic. Los tenía casi todos vetados. Eran como las obras que hacían los autores de Oulipo. Trabajar con todas las restricciones posibles fue difícil, pero apasionante", cuenta el dibujante, guionista y colaborador de este periódico Francesc Capdevilla, conocido como Max (Barcelona, 1956), que se lanzó a esta frontera inhóspita sin paracaídas. Pese a la alegría final, el autor no esconde que hubo ocasiones en las que estuvo a punto de tirar la toalla: "Es un primer peldaño". Solo cuenta la simple historia de un viaje en barco en los canales de Venecia, "pero su forma demuestra que el cómic, como arte joven, está muy lejos de encontrar sus límites", ratifica. De hecho, esta primera prueba ni siquiera está a la venta, sino que es parte de la presentación del Instituto Ramon Llull en la Bienal de Venecia, en el marco del proyecto Catalonia in Venice 2017. Allí, en la ciudad italiana que sirve también de protagonista, estará presente hasta noviembre.

"El tebeo exige un esfuerzo de los ciegos. No se entiende de manera automática y necesita concentración, pero parece que este paso funciona", respira tranquilo Max, que tuvo que diseñar varias pruebas para que su trabajo llegara a buen puerto. Para hacer la experiencia más inteligible, por ejemplo, tuvieron que introducir en la primera página un glosario de términos que explican cada dibujo en relieve y cada onomatopeyas, elemento clásico del cómic que sí pudo usar, aunque con pictogramas, sin letras. Así, si aparece un recuadro con puntos significa luz; si hay líneas onduladas tocas el agua, y si las líneas son rectas es un muro. Pero también se representan figuras sin forma como sonido, los motores, olores o el eco.

El proceso no fue simple. Max y Mery Cuesta, comisaria de Catalonia in Venice 2017, enviaron durante meses las pruebas a lectores invidentes que probaban si las partes cuadraban. Expertos como Anna Morancho, gerente de la Fundación de discapacidad visual Cataluña, respondían con correcciones tras probarlo: "Al principio todas las muestras eran blancas. Las personas con poca visión no lo distinguíamos. Por eso se creó el contraste entre negro y blanco."

Había que crear casi desde cero una técnica sin probar. Describir, por ejemplo, un puente para una persona que nunca ha visto la forma de uno. "Para los videntes, lo que da vida al cómic es la sutileza de gestos y movimientos. Eso no lo captan. Yo trabajo mucho con personajes y sus respuestas y eso no lo pude explotar", recuerda Max, que, acostumbrado a contar historias y chistes en solo tres pequeñas viñetas, tuvo que reducir a una gran viñeta por folio su historia. Con la ayuda de las yemas de los dedos, los invidentes no captaban un tamaño menor. "Probé con personajes muy simples, pero los lectores no llegaban a la sutileza. Así que me desanimé, y me pasé a la abstración". Pese a las injerencias, el dibujante reconoce que resultó una experiencia provechosa que le obligó a "ejercitar la mecánica cerebral, emocional y a quitar tics habituales". Pero ¿es un trabajo de Max?: "La personalidad no se pierde y, aunque no se parezca en nada al resto, me dicen que se nota que es mío".

Para Morancho, escudriñarlo es como un puzzle: "Cada uno lee de una manera. Lo bueno es que no tiene muchos elementos que confundan. Algunos lo hacen con una mano, otros con dos; algunos desde el centro, y otros primero leen el braille y, con esas pistas, sabes lo que buscar. Pasas de lo grande a lo concreto. Poco a poco revelas el dibujo inteligible".

El resultado es un primer acercamiento todavía extraño, como aquel tren que llegaba a la estación en una de las primeras películas de los Lumière. Hoy el canal sustituye a las vías. "Estoy esperando la respuesta de los lectores sin visión para ver si es útil y aprovechable por ese público", apunta Max, consciente de que un proceso así no pueda llegar todavía al mercado: "La tecnología actual no da para imprimir a precio razonable en relieve. La esperanza son las impresoras 3D". Morancho lo tiene claro: "La cultura accesible, es inclusión social".

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