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Meter en una misma habitación a dos zoquetes de manual como Mortadelo y Filemón al lado de un pastel sólo puede acabar de una manera -spoiler: fatal-, pero los astros se acabaron conjurando ayer para que los desmañados detectives de la T.I.A y su creador, el infatigable Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936), pudiesen resolver la «operación tarta» sin un solo lamparón.

Una nueva hazaña para engrosar (y también dignificar) ese larguísimo historial de trompazos, pifias y misiones a cual más delirante, y que enmarca, esta vez sí, el 60 aniversario del nacimiento de Mortadelo y Filemón. «¡Yo con 60 años era un crío!», bromea un Ibáñez que, decidido como está a echar el resto en el especial del 100 aniversario, sigue esquivando la jubilación (la suya y, faltaría más, las de sus criaturas) y espanta entre aplausos cualquier tentación de enviar a los dos personajes más célebres del tebeo español a dar de comer a las palomas.

Así que si el pasado mes de noviembre ya empezó a conmemorarse el año grande de Mortadelo y Filemón con la edición de «El 60 aniversario» (Ediciones B), nueva misión bufonesca con trasuntos de Trump y Kim Jon Un como comparsas, ayer tocaba soplar velas e hincarle el diente a un pastel generoso de viñetas chocolateadas y referencias mortadelescas. Una celebración redonda para una fecha especialmente señalada. Y es que tal día como hoy hace justo 60 años aparecía publicaba en el número 1394 de la revista «Pulgarcito» la primera historieta protagonizada por dos calamitosos aprendices de espía que con el tiempo pasarían de la Agencia de Información a sembrar el caos en la T.I.A.

Nacían así Mortadelo y Filemón, dos personajes mitad parodia de Sherlock Holmes y el Dr. Watson, mitad reflejo de las películas de Charles Chaplin y Harold Lloyd, que antes incluso de conquistar a los lectores ya habían logrado un hito nada menor: que los padres del propio Ibáñez empezasen a digerir su decisión de dejar su puesto en el Banco Español de Crédito para dedicarse por completo a los tebeos y a las historieta. «Al principio fue como si hubiese dicho: “Papá, que me meto a cupletista”. Pero cuando empecé a ganar algunas pesetas ya pusieron buena cara», recuerda el dibujante.

A su lado, el actor y mortadelista de pro Carlos Areces no puede más que aplaudirle y señalar lo que se hubiese perdido si el dibujante barcelonés no se hubiese sacado de la chistera esos dos detectives alopécicos y patosos. «Es imperdonable que no se estudie a nuestros autores de cómic cuando seguramente el impacto de Mortadelo en nuestra sociedad es mayor que el del “Guernica”», asegura.

Una afirmación que puede sonar exagerada pero que resume a la perfección la condición de Ibáñez como (involuntario) cronista social, maestro de la risa e icono de la cultura popular. Unas virtudes que no ha hecho más que perfeccionar en estas seis décadas y que bien podrían resumirse en una proverbial capacidad de trabajo y en una sucesión de personajes memorables que, como Rompetechos, El botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio o los inquilinos de 13 Rue del Percebe, acabaron aparcados por los cada vez más absorbentes Mortadelo y Filemón. «Yo hubiese seguido con todos, pero era imposible. Hacía 20 páginas a la semana, y en esa época hacer 15 ya era una burrada», apunta.

Ni siquiera ahora, al borde de la jubilación, los ya sexagenarios detectives aflojan el ritmo y planean hasta cuatro visitas a las librerías con otras tantas novedades: el ya clásico volumen dedicado al Mundial de Fútbol y otros tres títulos en las que se las verán con secuestradores, con la organización rival de la T.I.A, el H.I.G.O, y con otro peculiar invento del Profesor Bacterio. «El único problema es que la gente debe pensar que si estos ya tienen 60, a saber los que debe tener el autor», suelta Ibáñez entre carcajadas.

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