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Los tres últimos presidentes franceses han sido verdaderas proezas del marketing. Sarkozy era la nueva derecha, Hollande la nueva izquierda y Macron es lo nuevo ni se sabe qué, pero sea lo que sea no es Marine Lepen. Todas estas estrellitas, a excepción del último inquilino del Palacio del Elíseo, han salido escaldados de la presidencia francesa. El caso de Sarkozy es más duro, porque el suyo no es un caso de defraudar las expectativas y protagonizar escándalos sexuales, que más o menos también, sino que ha sido acusado gravemente de corrupción. En los cargos que se le imputan, está el de haberse financiado con dinero de Gadafi, al que permitió acampar en su palacio con todos los honores, y al que curiosamente derrocó encabezando una coalición internacional que bombardeó Libia. Este artículo de Enric González deja entrever que se trata de una intriga que muy bien podría haberse desarrollado en un best seller de moda. 

Al lector de cómics, la naturaleza de Sarkozy no se le habrá escapado nunca si leyó en 2007 La cara oculta de Sarkozy, de Philippe Cohen, Richard Malka y Riss. Editado por Glenat, el tebeo analizaba y contrastaba todas las informaciones biográficas vertidas esos días de estrellato de la joven promesa de la derecha francesa. 


Lo primero que puso de manifiesto el cómic fue que la historia que contaba Sarkozy de sí mismo había que ponerla un poco en perspectiva. Hablaba de que era hijo de emigrantes y que sufrió numerosas "humillaciones" en su niñez. Lo que pudieron investigar los autores era que su familia era aristócrata y no llegó a Francia con sus pertenencias asidas con una cuerda. Alternó su domicilio en un apartamento de Neuilly Sur Seine, barrio residencial del oeste de París, y una casa de campo en Orgerus, en el departamento de Yvelines, más al oeste de la capital francesa, mientras recibía educación en un colegio privado de élite. 

Alternó a partir de sexto curso la enseñanza privada con la pública, repitió un año y tardó luego ocho en sacarse la carrera de Derecho. En el cómic le pintan como alguien que aguanta todos estos baches con la esperanza de vengarse el día de mañana de todas las personas que le rodean a las que les va bien. 

En cuanto a su vocación política, en las viñetas se cuenta primero la leyenda, que todo comenzó cuando su abuelo lo llevaba a los desfiles del 14 de julio en los tiempos del general De Gaulle. La opción alternativa que barajan los autores es que en realidad no valía ni para las ciencias, ni para el deporte, ni para los estudios ni para el arte, por lo que no le quedó más remedio que escoger la única carrera que le quedaba libre: el poder. 

El ejemplo que tomó fue el de Chirac, que llegó a primer ministro a los 41 años tras haber eliminado de su camino a las viejas glorias del partido con ese movimiento político tan habitual en las disputas internas de los partidos: la traición. Así fue elegido para reconstituir las juventudes del partido, que habían desertado en los 70 en favor de Mitterrand. 

"Ser gaullista es ser revolucionario" fue su lema, pronunciando en un encendido discurso, en el que anunciaba una serie de movilizaciones contra las huelgas estudiantiles. Solo tenía 22 años y su estrella brillaba. Es decir, trincó carguitos y las viejas glorias y dinosaurios del partido gustaban de llevarle de la mano. La reflexión que propone en este punto el cómic no es ajena a toda la fanfarria que se ha soltado últimamente a cuento de la posverdad y el populismo. Eslóganes efectistas para viejas ideas reaccionarias. No había más. 

Tampoco en su mentor. Chirac, documental el cómic, se cargó a su rival Chaban adoptando posiciones atlantistas y, posteriormente, se cargó a Giscard, tomando la postura política inversa, un retorno al gaullismo. Sarkozy apostó por él, por el veleta. 

Siguiendo su ejemplo se quitó de en medio a Pasqua, el candidato a alcalde de Neuilly que le había elegido para asistente. Tenía solo 28 años, era alcalde y había humillado públicamente a un peso pesado del partido. Ahí colocan en su boca los autores una frase magistral que para ellos encarna "el espíritu de la refundación de la derecha francesa". Dice así: "Los voy a joder a todos".

Sus políticas en el consistorio fueron de calado. Enviaba cartas a los vecinos que habían sufrido un accidente, costumbre que se amplió a los nacimientos de niños, bodas, fallecimientos, navidades... Cenaba incluso con quien quisiera sentar a un alcalde a su mesa. Según confesiones de su hermano, llegó a cenar tres veces por noche cada una en un hogar burgués necesitado de lustre. Su programa estaba claro: "no hacer innovaciones, no cambiar nada, no perturbar a los habitantes". No obstante, no se le puede negar el mérito de haber logrado la reelección con un 75% de los votos en 1989. 

Teoría del tronco torcido

En este punto, la investigación advierte de que quien ha traicionado, traicionará. Porque el tronco torcido nunca se endereza. Como diputado en la Asamblea Nacional, durante cinco años solo hizo dos preguntas, una de ellas sobre Lituania. Así fueron sus pasos hasta la victoria final, por todos conocida, no exenta de cierto pacto con el diablo en forma de dineros para una campaña espectacular,que hoy se está cobrando. 

"Creo en el destino de Francia. Francia lo tiene todo para triunfar en el futuro. Hay que afirmar el orgullo de ser francés", exclamó en un discurso en mayo de 2006. Parecerían declaraciones ante una cita mundialista de la selección, pero era la política "antes de los populismos" La clave estuvo en cómo logró seducir a los votantes de centro-izquierda cuando aumentaba la estrella de Segolene Royal. Sarko suavizó sus maneras anti-inmigración, se proclamó amigo del Islam y abogado de los musulmanes, amigo de los judíos de paso y de los corsos y de los chinos, también. Puso en marcha lo que este cómic define como "un ejército mediático" a su servicio, que era al servicio de la nada, porque él, carente de ideas, solo era un empresario de sí mismo. Pero lo más llamativo no es eso, tras la lectura de este excelente aviso a navegantes de 2007, solo se ve que su modelo para alcanzar el poder es, actualmente, la norma y no la excepción.

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